Este post especial por San Valentín es la continuación de la historia que publicamos en este blog hace justo un año. Si todavía no la has leído, o simplemente te apetece recordarla, pincha aquí.
Hola Sofía,
Sabes que siempre me ha resultado más difícil escribir palabras que ecuaciones, pero esta carta es la forma en la que de cierto modo, mejor puedo expresarte lo que siento.
Aún recuerdo cada detalle del momento en que me atreví a hablarte en aquel tren. «Perdona, ¿te gustan las mates?» te pregunté.
Me miraste y pude ver tu sonrisa levemente asimétrica, sin lugar a dudas la más bonita que he visto en mi vida. Y es que Sofía, adoraba tus infinitas virtudes, pero creo que lo que de verdad enamora de una mujer son los pequeños defectos.
Tras aquel día volvimos a vernos un número perfecto de veces. Hasta que un 14 de marzo a las 15 horas, 9 minutos y 26 segundos, mientras te hablaba de que los círculos osculatrices se llaman así porque «osculo» significa beso, se anuló nuestra distancia euclídea y nuestros labios se hicieron tangentes.
Y es que el momento no fue casual Sofía, porque por suerte π siempre ha formado parte de mi vida. Seguramente porque en muchas ocasiones yo he sido más irracional que él.
Tras aquel momento se puede decir que comenzamos nuestra relación. Sin duda una relación binaria en la que cada uno éramos un conjunto y nuestros pares ordenados estaban formados por «Te quieros».
Eso sí, solo me pusiste una norma, y no era la vectorial precisamente: «No me pueden volver a hacer daño en el amor». Al menos creo que cumplí ese axioma.
Al principio tenía miedo de hacer las cosas mal, y eso hizo que todo se volviera un poco complejo, pero Moivre y yo siempre nos llevamos bien, y rápidamente aprendí a conseguir que tu sonrisa fuera tan eterna como un teorema.
Fueron, con probabilidad 1, los mejores meses de nuestras vidas.
Disfrutaba cada instante contigo. Por ejemplo me encantaba la carita de felicidad que ponías cuando resolvías antes que yo un acertijo de Martin Gardner. O también adoraba cuando tu curiosidad te hacía preguntarme dudas cuando leías a Ian Stewart o Adrián Paenza.
En cambio yo era muy torpe para entenderte cuando hablabas sobre esas células y esos microorganismos que disfrutabas tanto estudiando.
Ojalá pudieras volver Sofía.
Pondría todos los granos de trigo que hicieran falta sobre un tablero de ajedrez si con ello volvieras a mi lado. Sería capaz de saltar n dimensiones si así pudiera oler de nuevo tu perfume sobre ti. Cruzaría los Puentes de Königsberg de una vez si con ello consiguiera volver a hablar contigo.
Pero nada sirve. No volverás al igual que nunca volverá una función que tiende al infinito porque hoy hace ya 3 meses que te marchaste en aquel terrible accidente.
Sabes, querida Sofía, que nunca he sido un hombre de fe pero sí de ciencia, y es esa misma ciencia, la que tanto amábamos, la que nunca permitirá que te olvide.
«Solo existen dos cosas eternas: las matemáticas y el amor». Lo primero es trivial, pero lo segundo lo demostraré durante toda mi vida. No te preocupes, mis corolarios seguirán siendo tuyos.
C.Q.D.
@JcVirin
Corolario: Yo te susurré una pequeña definición, pero tú me demostraste un gran teorema.
Interesante resumen algoritmico de un sentimiento de calidad infinitesimal que incluye a todo ser humano que busca trascender el espacio tridimensional en busca de lo n-dimensional solo encontrable en el querido numero perfecto….Dios…
Que bonito. Lo siento tío.